Pájaros en la cabeza,
mariposas en el estómago.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Nómada de una vida, que una vez fue mía.

 Son dos años ya los que llevo viviendo una vida de fin de semana, son dos años los que llevo viendo mi habitación como una habitación de hotel, con maletas de por medio y raíces secas que no siguen creciendo...

Un armario vacío que me hace llorar, un espejo triste que anhela aquellos momentos de sábado por la noche antes de salir con los amigos, alguna banda sonora, una canción para bailar o algún solo de Broadway mientras escojo ropa, manejo mi pelo y sonrío.

Estanterías ordenadas, un escritorio sin papeles, sin apuntes, sin vida...

Son tantas las veces que se me pasa por la cabeza renunciar a todo para volver a ser aquella persona que disfrutaba del calor de su habitación, son tantos los momentos en que siento que me falta algo, que no estoy completo... Pensar que una gran maleta roja acompaña mis momentos más personales, que siempre está ahí, medio abierta y con ropa dentro porque en unas horas tendrá que volver a cerrarse para viajar.

La vida de un nómada que inicia una carrera por llegar primero a sus sueños, la vida de una personita que creyó que vivir era lo importante y echar de menos era de débiles, la vida de alguien que una vez se plantó delante de su espejo y dijo: Yo puedo conseguir todo lo que me proponga en esta vida.

Esa persona que ahora cuenta con cronómetro el tiempo que pasa cerca del mar, esa persona que extraña sus cuatro paredes y el sonido de las olas.
Esa persona que nunca creyó que vivir un sueño pudiese doler tanto...

Recordar es lo único que queda para hacer que todo vuelva, a tu cabeza.
Cerrar los ojos tan fuerte que empiezas a ver estrellitas, y esas estrellitas son las mismas que veías desde tu cama, esas estrellas fosforescentes que colgaba del techo.
Ese olor a mojado de un domingo por la tarde y no este olor a prisas y estrés que ahora me espera cada domingo.

¿Mi hogar? Sé que siempre estará aquí, para cuando deje de pisar fuerte por la vida, cuando deje de probarme a mi mismo que puedo llegar a ser alguien, cuando deje de demostrarle al mundo quién soy. Entonces mi hogar volverá a tener cuatro paredes, olor a mojado un domingo por la tarde, los armarios llenos, el sonido de las olas en los pasillos y las maletas escondidas, allí donde no pueda encontrarlas...